20.9.06

Desconectado


Desconectado casi de todo, del mundo que espera algo de mí. De la pluma sosteniendo a mi mano, de mi mano deteniendo a mi cuerpo. A este cuerpo que contiene un aire enrarecido de donde brota no sólo la vida, sino la conciencia también.


A parte, partido. No roto, sólo un poco torcido. Tronco de círculos concéntricos cerrándose hasta el centro y principio de la nada, del tiempo. Rompiendo el centro de mí, de todos, de todo. En este flujo lento y constante de existencia tan fugaz; y un siglo es un siglo.



Las cortinas siempre abajo, llenando de gris este cuarto blanco. No hay cambios, son traslúcidas y los de afuera ven al oprobio moviéndose aquí dentro. El domingo el pasto estará verde y brillando bajo la luz incandescente del medio día después de una noche de lluvia; entonces enrollaré las cortinas, abriré las ventanas y correrá el aire; entrarán luminiscencias nítidas. Todos estaremos felices con sonrisas pintadas.



Se reestablecen las pautas primero, las conexiones poco después. El sol salta con tanta prisa desde el horizonte todos los días y hace el recorrido acostumbrado que demasiados usan para darle sentido a sus vidas. Biológico reloj, ¡santos relojes biológicos Batman!



No se acaba lo que no empieza todavía.



El uso de las palabras es de cuidado, de sumo cuidado. Uno en realidad no sabe lo que escribe, ni por qué escribe lo que escribe. Es como si las letras acordaran algo y después fueran brotando de la nada en un asombroso orden sobre este papel, sin conciencia de su egoísmo comeárboles.



Que se rompa la calma, que se moje lo seco, que las aletas se hagan patas, que cese la gravedad y que por fin todo se vaya al fondo de la chingada de este universo sin fondo ni forma ni razón de ser.



No te quedes observando como si de leer esto se tratara, rompe estas ideas y busca mejor afuera, en la verdadera paz y agonía de la nada, en el verdadero asco y afecto a la nada. Inventa otra historia, has otra vida para ti, demuéstranos cómo una sola vida no basta ni para los animales ni para las ánimas.



Todavía existe la magia, momentos que entre humo se abren paso en la áspera realidad de lo que nos toca. Es simplemente eso: lo que nos toca. Como un dado que cae y muestra un número; y vuelve a caer una y otra vez mostrando sus caras. Sin embargo nos queda el juego de la existencia que es nuestro y aunque es una cascada de diversiones estamos de espaldas soportando el peso del agua.



Si hay pastillas para dormir, para reducir el dolor y la depresión; también hay pastillas para suscitar la alegría, la euforia, el triunfo de la felicidad corriendo por la espina dorsal con sudores y escalofríos. El éxtasis efímero de la pupila hiperdilatada viendo de más. Simplemente lo que nos toca es eso.



Estamos aquí sentados dejando que las cosas sucedan impulsadas por fuerzas magnéticas interestelares. Un sol jalando a otro sol, un sol empujando a otro sol. Y en una falla algo que ha retenido suficiente energía estalla inundando el espacio de movimiento. Del reposo a la vibración hasta el orgasmo universal y luego el regreso al reposo total.



Puede ser que todo lo que exista sea nada. Las palabras, como posibilidades, son anti-matemáticas. Como ideas son anti-filosóficas. Como no son certeras son anti-científicas. Y son todo lo que tenemos para comunicarnos: lengua por lengua, idioma por idioma, dialecto por dialecto, letra por letra, sinónimo por sinónimo, significado por significado y etcétera.

6.9.06

Préstamo propio


Otra vez el acelerador hundido, cerca del piso.


El carro se desliza sobre los charcos, dejando una nube de brisa lodosa y gris, como las nubes vacías.



Amanece.



La cabeza juega con la velocidad de los pensamientos, atropellados ya. A ciento treinta y siete kilómetros por hora sube el puente. Lázaro Cárdenas sin patrullas ni carros, ni gente, ni perros. Enteramente sola y dispuesta a ser el altar en forma de vacío.



El puente sube, retando a la velocidad del coche. El acelerador todavía tiene fondo para seguir pegándose a la alfombra sucia. Lo que le queda a la mente también, curiosa e increíblemente, se pega a la alfombra sucia de la vida y el coche gira, brinca del puente al vacío, a la boca de la cuidad y se desbarata contra el muro. Metales crujiendo, cristales estallando, fierros disparándose, fuerzas encontrándose y la existencia se apaga: la selección natural de las cosas.