13.7.07

Borges

La doctrina de los ciclos.
Esa doctrina (que su más reciente inventor llama del Eterno Retorno) es formulable así:

El número de todos los átomos del universo que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el número de las permutaciones posibles debe de ser alcanzado, y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta misma página a tus manos iguales, de nuevo cursarás todas las horas de tu vida hasta la de tu muerte increíble. Tal es orden habitual del aquel argumento, desde el preludio insípido hasta el enorme desenlace amenazador. Es común atribuirlo a Nietzsche.

Antes de refutarlo –empresa de que ignoro si soy capaz- conviene concebir, siquiera lejos, las sobrehumanas cifras que invoca. Empiezo por el átomo. El diámetro de un átomo de hidrógeno ha sido calculado, salvo error, en un cienmillonésimo de centímetro. Esa vertiginosa pequeñez no quiere decir que sea indivisible: al contrario, Rutherford lo define según la imagen de un sistema solar, hecho por un núcleo central y por un electrón giratorio, cien mil veces menor que el átomo entero. Dejemos ese núcleo y ese electrón, y concibamos un frugal universo, compuesto por diez átomos. (Se trata, claro está, de un modesto universo experimental: invisible, ya que no lo sospechan los microscopios; imponderable, ya que ninguna balanza lo apreciaría.) Postulemos también –siempre de acuerdo con la conjetura de Nietzsche- que el número de cambios de ese universo es del de las maneras en que se pueden disponer diez átomos, variando el orden en que están colocados. ¿Cuántos estados diferentes puede conocer ese mundo, antes de un eterno retorno? La indagación es fácil: basta multiplicar 1 X 2 X 3 X 4 X 5 X 6 X 7 X 8 X 9 X 10, prolija operación que nos da la cifra de 3,628,800. Si una partícula casi infinitesimal de universo es capaz de esa variedad, poca o ninguna fe debemos prestar a una monotonía del cosmos. He considerado diez átomos; pero para obtener el total de estados de dos gramos de hidrógeno, precisaríamos bastante más de un billón de billones. Hacer el cómputo de los cambios posibles en ese par de gramos –vale decir, multiplicar un billón de billones por cada uno de los números enteros que lo anteceden- es una operación muy superior a mi paciencia humana.

Cantor destruye el fundamento de la tesis de Nietzsche. Afirma la perfecta infinitud del número de puntos del universo, y hasta un metro de universo, o una fracción de ese metro. La operación de contar no es otra cosa para él que la de equiparar dos series. Por ejemplo, si los primogénitos de todas las casas de Egipto fueron matados por el Ángel, salvo los que habitaban en casa que tenía en la puerta una señal roja, es evidente que tantos se salvaron como señales rojas había, sin que importe enumerar cuántos fueron. Aquí es indefinida la cantidad; otras agrupaciones hay en que es infinita, pero es posible demostrar que son tantos los números impares como los pares.

Al 1 corresponde el 2
Al 3 corresponde el 4
Al 5 corresponde el 6, etcétera.

La prueba es tan irreprochable como baladí, pero no difiere de la siguiente de que hay tantos múltiplos de tres mil dieciocho como números hay –sin excluir al tres mil dieciocho y sus múltiplos.

Al 1 corresponde el 3,018
Al 2 corresponde el 6,036
Al 3 corresponde el 9,054
Al 4 corresponde el 12,072, etcétera.

Cabe afirmar lo mismo de sus potencias, por más que éstas vayan ratificando a medida que progresemos.

Al 1 corresponde el 3,018
Al 2 corresponde el 9,108,324
Al 3, etcétera.

Una genial aceptación de estos hechos ha inspirado la fórmula de que una colección infinita es una colección cuyos miembros pueden desdoblarse a su vez en series infinitas. (Mejor, para eludir toda ambigüedad: conjunto infinito es aquel conjunto que puede equivaler a uno de sus conjuntos parciales.) La parte, en estas elevadas latitudes de la numeración, no es menos copiosa que el todo: la cantidad precisa de puntos que hay en el universo es la que hay en un metro, o en un decímetro, o en la más honda trayectoria estelar. La serie de los número naturales está bien ordenada: vale decir, el 28 precede al 29 y sigue al 27. La serie de puntos del espacio (o de los instantes de tiempo) no es ordenable así; ningún número tiene un sucesor o predecesor inmediato. Es como la serie de quebrados según la magnitud. ¿Qué fracción enumeramos después de 1/2? No 50/100, porque 101/200 está más cerca; no 101/200 porque más cerca está 201/400; no 201/400 porque está más cerca... Igual sucede con los puntos, según George Cantor. Podemos siempre intercalar otro más, en número infinito. Sin embargo, debemos procurar no concebir tamaños decrecientes. Cada punto “ya” es el final de una infinita subdivisión.

El roce del hermoso juego de Cantor con el hermoso juego de Zarathustra es mortal para Zarathustra. Si el universo consta de un número infinito de términos, es rigurosamente capaz de un número infinito de combinaciones –y la necesidad de un Regreso queda vencida. Queda su mera posibilidad, computable en cero.


Tomado del libro Historia de la eternidad de J. L. Borges.

7.7.07

8 cosas

Ocho cosas sobre mí mismo:

[Una] Hoy realmente quería dormir acompañado con la única persona con la que me gustaría dormir a su lado, lo he deseado desde hace varios días y pensé que hoy por fin podría hacerlo, era un hecho. Sigo esperando y cada minuto que pasa me duele.

[Dos] La soledad se ensancha en mi cuarto recién arreglado. Hoy por fin acomodé el desorden de cosas que me rodeaban, cambié las sábanas, me bañé, me lavé los dietes. No existe ninguna razón por la cual esta noche deba de dormir acompañado. No tengo derecho a dormir acompañado.

[Tres] Es mejor no pensar en qué pasó, pero no lo puedo evitar. Quisiera saber si llorar más me tranquilizará.

[Tres punto uno] ¿Por qué no llegó?

[Cuatro] Estoy cansado. Agotado.

[Cinco] Estoy solo.

[Seis] Sigo esperando.

[Siete] No encuentro vías de escape y la tranquilidad que había alcanzado se me escapa con una fluidez impresionante.

[Ocho] Regreso a la cosa número uno y me ciclo. Espero que algo se descomponga en esta rutina. Espero a que el sueño me gane, cosa que sé que no va pasar. Espero alcanzar a la cosa número nueve y seguirme con la diez, la once, la doce y así hasta el infinito del conjunto de los números enteros.

[Ocho punto uno] Disculpas a los que lean este triste blog, pero por ahora no hay de otra. Estoy en un mar negro, sobre un barco sin timón ni velas. Disculpas de nuevo.

5.7.07

Mudanzas

Los hogares deben de estar puestos, completos, llenos de cosas.

Y el hogar nuevo vacío, con montones de cosas tiradas frente a la entrada, frío, sin montar, un poco enlodado, con algunos muros pintados en una mala manera.

El pensamiento enredado, ahogándose. El sentimiento a flor de piel, a quema ropa. Entonces uno se vuele un poco loco, sin caer en lo paranormal.

Interiores estrechándose, exteriores descarapelados.

Las cajas vacías las fui llenado de cosas, agrupando conceptos. Pensé en poner música para alegrar la labor, pero en cuanto di un paso se me olvidó e hice otras cosas que no había pensando en hacer hasta que me acordé de seguir empacando el inmueble.

¿Cómo se llena uno de objetos o son ellos los que nos escogen a nosotros? El ventilador “Pomair” era de mi abuela, la que dibujaba los planos de las casas en cuadernos cuadriculados. La mesa baja larga de madera era de la casa de Ajijic, el florero lo compré en Tonalá a sesenta pesos. El montón de CDs de los noventa que nunca escucho. Los cuentos de Cortázar y de Lispector. Mis marcianos junto con la bandera naval japonesa enmarcados. El mueble blanco de cajones. La alfombrita del Wall Mart. La mesa redonda de equipal del estudio. El archivero azul. La silla verde. La vida transcurriendo para todos como si nada.

Días de mudanza paciente en soledad. Usar el ingenio para que quepa lo más que se pueda en un solo viaje. Muchos trayectos caminados de bajar la escalera cargado y subirla ligero, disfrutando ese pequeño premio; cargando otras cosas en el interior. Sudando hasta empapar la playera en un día nublado y fresco. Gastando energía que después no se recuperará. Desconectado, haciendo las cosas como si fuera un robot hormiga. Descansando de estar sentado, de estar pensando y saboreando al dolor.

Deberían de no pasar nada ahora, de no tener que recoger un cheque a las once, no pasar a la C.F.E. a que te finiquiten el contrato para que luego no te regresan el depósito del departamento. Mientras hay que buscar a las personas y medios para terminar de transportar el conjunto de átomos que conforman mis pertenencias.

Es la madrugada y sigue lloviendo. La mitad de mis cosas físicamente están en un lugar y la mitad en otro, entonces la situación en este caso es totalmente correspondiente con el macrocosomos que genera mi persona. Los campos magnéticos que se desprenden del pensamiento van irradiando su fuerza mientras se extienden en forma concéntrica desde la frente hacia el espacio.

Todavía quedan los muebles grandes y pesados por moverse al hogar nuevo. Otros muebles estan fuera de sitio, como si estuvieran perdidos; y los que siguen ocupando su espacio parecen desentenderse del caos. Ningún cuadro ha sido descolgado todavía ni se ha movido al espejo.

La madrugada se pone más fría, húmeda, incisiva; pero promete un amanecer al que le seguirá un día, otro día.