7.9.16

Consumo y temporalidad.

Además, hasta en la definición aristotélica que lo presenta como ‘el número de movimientos según el antes y el después’, el tiempo implica una idea de sucesión y el análisis kantiano ha establecido, de modo irrevocable, que esta idea debe ser asociada a una idea de causalidad. ‘Es ley necesaria de nuestra sensibilidad y por tanto condición de toda percepción, que el tiempo precedente determine necesariamente al subsiguiente.’ Esta idea ha sido mantenida por la misma física relativista, no al estudiar las condiciones trascendentales de las percepciones, sino al definir en términos de objetivismo cosmológico la naturaleza del tiempo; y el tiempo aparece como el orden de las cadenas causales. Refiriéndose a esas condiciones einstenianas, Reichenbach definía recientemente el orden del tiempo como el orden de las causas, el orden de las cadenas causales abiertas que vemos verificarse en nuestro universo, y la dirección del tiempo en términos de entropía creciente (tomando también en términos de teoría de la información aquel concepto de la termodinámica que había ya en múltiples ocasiones interesado a los filósofos que se los había apropiado, al hablar de la irreversibilidad del tiempo).

El antes determina causalmente el después, y la serie de estas determinaciones no puede hacerse resurgir, por lo menos en nuestro universo (según el modelo epistemológico con el cual nos representamos el mundo en que vivimos), sino que es irreversible. Que otros modelos cosmológicos puedan suministrar otros soluciones a este problema, es evidente; pero en el ámbito de nuestra comprensión cotidiana de los acontecimientos (y por consiguiente en el ámbito de la estructuración de un personaje narrativo), esta concepción del tiempo será aquella que nos permite movernos y reconocer los acontecimientos y su dirección.

Aunque en otros términos, pero siempre dentro de lo antes y de lo después, y de la causalidad del antes sobre el después (acentuando diversamente el carácter determinante del antes sobre el después), existencialismo y fenomenología han planteado el problema del tiempo en el ámbito de las estructuras de la subjetividad, y han basado en el tiempo sus discusiones acerca de la acción, la posibilidad, el proyecto, la libertad. El tiempo como estructura de la posibilidad es, sin más ni menos, el problema de nuestro movimiento hacia un futuro, teniendo a nuestras espaldas un pasado; y tanto si este pasado es considerado en bloque, con respecto a nuestra posibilidad de proyectar (proyecto que se impone, en definitiva, el averiguar lo que ya hemos sido), como si entiende como fundamento de la posibilidad a venir, y por ello, como posibilidad de conservación o de mutación de aquello que se ha ido, dentro de determinados límites de libertad, pero siempre en términos de proceso y de operatividad procedente y positiva (y pensamos, al afirmar esto, por un lado, en Heidegger y en su Sien und Zeit (Ser y Tiempo), y por otro, en Abbagnano), en todos estos y otros casos, la condición y las coordenadas de nuestras decisiones han quedado identificadas en los tres estadios de la temporalidad y en una articulada relación entre ellos.

Si, como afirma Sartre, ‘el pasado es la totalidad siempre creciente del en-sí que nosotros somos’, si yo, cuando quiera extenderme hacia un futuro posible, debo ser este pasado y no puedo dejar de serlo, mis posibilidades de elegir o de no elegir un futuro dependerán de los gestos que he hecho y que me han constituido en el punto de partida de mis decisiones posibles. Y de repente, en cuanto ha sido decidida, me decisión, al constituirse en pasado, modifica todo aquello que yo soy y ofrece otra plataforma a los proyectos sucesivos. Si algún significado tiene el plantear en términos filosóficos el problema de la libertad y de la responsabilidad de nuestras decisiones, la base argumentativa, el punto de partida para una fenomenología de estos actos, es siempre la estructura de la temporalidad.

Para Husserl ‘el yo es libre en cuanto yo pasado. En efecto, el pasado me determina, y con ello determina mi futuro; pero, a su vez, el futuro “libera” al pasado… Mi temporalidad es mi libertad, y de mi libertad depende el hecho de que lo llegado-a-ser me determine, pero nunca de forma completa, porque éste, en una continua síntesis con el futuro, sólo de este último recibe su contenido’.  Ahora bien, si ‘el yo es libre en cuanto ya-determinado y al mismo tiempo como yo-que-debe-de-ser’, en esta libertad tan lastrada de condiciones, tan marcada por todo aquello que ha sido y que es en cierta medida irreversible, existe un ‘carácter doloroso’ (Schmerzhaftigkeit), que no es otra cosa que una ‘facticidad’ [1]. Así pues, cada vez que proyecto, advierto la tragedia de las condiciones en que me hallo, sin poder escapar de ellas: pero, no obstante, proyecto precisamente porque a dicha tragedia opongo la posibilidad de un algo positivo, que consiste en la mutación de aquello que es, y que yo acción en el proyectarme hacia el futuro. Proyecto, libertad y condiciones, se articulan entre sí, mientras yo advierto esta colección de estructuras de mi actuar según una dimensión de responsabilidad. Esto, observa Husserl, cuando dice que en este carácter ‘dirigido’ del yo hacia fines posibles, se establece como una ‘teología ideal’ y que el ‘futuro como suceder posible, con respecto a la futuridad originaria en la que siempre me hallo, es la prefiguración universal de la finalidad de la vida’.

En otras palabras, el estar situado en una dimensión temporal, hace que advierta la gravedad y la dificultad de mis decisiones, pero que advierta al mismo tiempo el hecho de que debo decidir, de que soy yo el que debe de hacerlo, y que este decidir mío va unido a una serie indefinida de debe-decidir, que implica a todos los hombres.

[1] Véanse las palabras de Sartre: “Yo soy mi futuro en la perspectiva continua de la posibilidad de no serlo. De ahí la angustia, descrita antes, que nace al decir que no soy lo bastante aquel futuro que debo de ser y que da sentido a mi presente; soy un ser cuyo sentido es siempre problemático”. L’erre et le néant (El Ser y la Nada).


[Extracto de "Apocalípticos e integrados" de Umberto Eco]

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